miércoles, 6 de abril de 2011

¿Cómo nos vemos ante el mundo?, ¿Cómo creemos que nos ven los demás?




¿Te has puesto a pensar cómo es tu relación con el mundo que te rodea? ¿Qué tipo de relaciones estableces con los demás?  ¿Te comportas de la misma forma, teniendo las mismas actitudes con algunas personas que con otras? ¿A qué crees que se deba este cambio?

Quizás nuestra primera reacción ante estas cuestiones sea la de defender que nos comportamos del mismo modo en cualquier situación, sin importar la imagen que brindemos a los demás, siendo coherentes con lo que pensamos, sentimos y hacemos. La verdad es que la mayoría de las veces, no es así.

Nos comportamos de manera distinta en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestros familiares, mostrando en cada ocasión aquella expresión que consideramos la mejor, la que nos hará conseguir el amor, el respeto, la atención y el reconocimiento que necesitamos y buscamos (la mayoría de las veces sin saberlo).

¿Cómo eres en realidad? ¿Eres de las personas que intenta agradar a todos, que estás pendiente de todo lo que ocurre, intentando siempre responder a todos los detalles para no perderte de nada? ¿Eres como aquellos que se repliegan en sus pensamientos, alejándose del contacto, del compromiso, de la intimidad y/o la acción? ¿Eres quizás como aquellas personas que intentan siempre impresionar o como aquellos que huyen del conflicto y siempre asumen una postura mediadora? O aquel que tiene siempre una respuesta para todo... o el bromista, el ingenuo o el seductor?...

Todos hemos aprendido alguna o varias maneras de ser y de estar ante el mundo desde que somos niños, en un principio para conseguir el amor de las personas más importantes de nuestra vida…La pregunta es, para qué ahora que hemos crecido, nos seguimos comportando igual?

Los seres humanos tenemos esta impresionante capacidad de cambiar, mejorar, adaptarnos a los cambios y responder a múltiples vicisitudes. Sin embargo, resulta curioso cómo también nos quedamos anclados a rasgos y/o comportamientos que desarrollamos en momentos más primarios y que mantenemos a lo largo de nuestra vida adulta sin cuestionarnos si realmente continúan siendo útiles, o si por el contrario, nos generan algún malestar.

Te invito a reflexionar sobre algún comportamiento que hagas usualmente, con el cual no te sientas del todo a gusto o satisfecho, pregúntate si realmente quieres preservarlo o si sería mejor readecuarlo a tu ahora…

Estos comportamientos que llevamos a cabo, lo hacemos en un intento inconsciente de manipular nuestro entorno, tal y como lo aprendimos durante nuestra infancia al intentar encontrar cierto apoyo externo (que nos aceptaran, que nos quisieran, que nos tomaran en cuenta, que nos reconocieran…) El problema viene cuando no nos da resultado, nos sentimos entonces frustrados por no conseguir lo que queremos y a la vez atrapados porque al estar  habituados a esta manera de actuar, por lo general no vemos una salida.

Necesitamos volver a nosotros mismos, buscar en lo profundo lo que intentamos encontrar en otros, redescubrir nuestros apoyos y no esperar ser calmados, respetados, queridos o reconocidos por los demás. Al entender que somos inmensamente ricos en capacidades y recursos y que además somos lo suficientemente flexibles para aprender cada día nuevas formas de ser y de actuar que se adapten más a nuestras necesidades, podremos realmente ser capaces de actuar al unísono con nuestra manera de pensar y de sentir.

Actuemos guiados desde nuestro interior, haciendo aquello que realmente nos haga sentirnos en paz con nosotros mismos.