Quizás seas alguna de esas personas que, por circunstancias
de la vida, has tenido que abandonar tu lugar de origen, ese lugar que te
recibió desde tus comienzos, que no te exigió una serie de requisitos para
darte la bienvenida, que no te puso a prueba para ver si encajabas, sino que
desde el primer momento, con los brazos abiertos, te dio las gracias porque sabía
que formarías parte de él.
Si es así, reconocerás que el “allá y entonces”, donde todo
era conocido, compartido, criticado pero al mismo tiempo amado, de la noche a
la mañana se convierte en el único referente social para enfrentar una crisis
“temporal” (en el mejor de los casos) de nuestra identidad. El sentido de
identidad sufre una transformación que implica desprenderse de lo
“indesprendible” (aquello que le da sentido a la vida) y reaprender nuevas
costumbres, nuevas estructuras, nuevos valores (…)
Lo que queda detrás se transforma, a modo de mecanismo
defensivo, en fantasía. Se aminora lo negativo y se exalta lo agradable y
reconfortante, aumentando así el anclaje afectivo a través de lo que va
quedando de un recuerdo melancólico. Al mismo tiempo, el presente se vive (al
comienzo) como una negación transitoria, desde una percepción de inadecuación,
en ocasiones muy traumática, proyectándose continuamente a un futuro más que
nunca incierto y amenazador.
Si a esto le acompaña el hecho de que la migración surge
como producto de una imposición o necesidad de supervivencia, la crisis de
identidad se complejiza debido a que ese único referente social conocido, también
es cuestionado, provocando un dolor muy intenso, además de confusión e incluso
sentimientos de minusvalía durante el proceso de adaptación.
Y así, como cuando se extrae una planta de raíz y se siembra
en otra maceta, te ves en la necesidad de adaptarte a otro sustrato, conocer
sus alimañas, comenzar lentamente a echar de nuevo raíces, hacer que las
antiguas se adapten a las nuevas condiciones ambientales y poco a poco, volver
a florecer en ese otro lugar; distinto, ajeno…
No deja de ser un duelo que pide a gritos una nueva
estructura, pero este proceso de reconstrucción no parte de la nada, debe iniciarse
desde una continuidad “voluntaria” y debe ser entendido y vivido como un enriquecimiento de
la propia identidad. Es decir, reconstruirnos desde una perspectiva de ganancia y no
desde la percepción de pérdida.
Esto implicaría comenzar a edificar tu presente abierto a
nuevas y enriquecedoras vivencias que te harán descubrir nuevas facetas
personales, nuevos recursos, nuevos puntos de vistas, distintos ritmos de vida
que se irán convirtiendo progresivamente en tu aquí y ahora.
El desarraigo incluye muchos pormenores, causas y
consecuencias diversas; es vivido cuando la persona es despojada de su círculo
afectivo y esto puede darse en procesos parciales o totales y como producto de
situaciones muy complejas. Desde el punto de vista de este artículo, nos
impacta de muchas maneras, nos marca la vida dejando una huella indeleble
porque nos hace conscientes de una gran carencia que nos impulsa a una búsqueda
insaciable del estado “ideal”; con lo cual podemos incurrir, desde la
insatisfacción del presente, en una eterna búsqueda del origen.
Sin embargo, cuando por fin nos damos cuenta de que somos el
principio y el final de nuestra historia, que nada ni nadie podrá arrebatarnos
eso que desde el inicio SOMOS, también entendemos que esta visión no es ni será
nunca limitada, sino que se enriquece cuando aceptamos lo que
ocurre y nos damos la oportunidad de fluir con el proceso.
En la medida en que
amemos con respeto y sin rechazo nuestra historia, será más gratificante
encontrarle un sentido a nuestro presente, resultará más fácil la adaptación a
una nueva tierra que nos aportará nuevas experiencias, dándole una continuidad
a nuestra biografía y a la cual podremos también aportar y recrear con nuestras
riquezas.
Y así como ocurre con las plantas, algunos se toman más
tiempo que otros para florecer e incluso, otros no sobreviven al proceso…Afortunadamente nosotros sí que podemos “darnos cuenta” de esta agonía y podemos
decidir comenzar a darle otra perspectiva a nuestra realidad. No siempre se
escoge el suelo, pero siempre podemos elegir cómo vivir cualquier proceso de
cambio de modo que se convierta en un florecido proceso de crecimiento
personal.
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